LA MARIELA
Julio de 2008
Para nuestra generación, la segunda luego de los abuelos Marcos y Raquel, La Mariela representa el lugar de nuestra niñez.
Engastada en las montañas del suroeste Antioqueño fue el escenario de encuentro de tres generaciones. Mis abuelos que la forjaron y dieron allí a luz a la numerosa familia Arcila González en su tránsito hacia una vida más urbana en Medellín, y los nietos para quienes sus años más juveniles transcurrieron entre sembradíos de café y unas prolongadas vacaciones al lado de las figuras tutelares de los abuelos.
Sus emblemáticos corredores con paredes de tapia roja, pisos en madera y chambrana de macana, la infraestructura para el beneficio y secado del café, familiarmente conocida como La Planta, la recua de las mulas y el cuarto de los avios con su candado de clave simbolizan un concepto de vida rural que hizo del suroeste antioqueño una región pujante y que nos enseñó el valor del trabajo desde su acepción más prístina.
La serpenteante y exigente carretera, que desde La Lechería, a orillas de la vía que desde Palermo conducía a Jericó, ejemplifica el esfuerzo de una generación que a pico y pala labró y colonizó estas empinadas montañas. Nuestros abuelos fueron la mezcla del trabajo incesante iniciado muy temprano todos los días y la devoción religiosa con el rosario diario al que nos convocaban, y la obligatoria misa de fin de semana en un villorrio (Palermo) cuya plaza central se encuentra enmarcada por su descomunal iglesia, la cual ellos ayudaron a construir, como símbolo claro de lo que era importante en su esfuerzo por desarrollar una región y levantar una familia. Por el trabajo de mis abuelos los bosques que cubrían la montaña desde La Virgen hasta el Cartama dieron paso al cultivo del café y a la ganadería.
El abuelo Marcos encarna la figura robusta de una tradición de esfuerzo y dedicación a la construcción de un terruño. La abuela Raquel representa a la mujer recia y fiel, compañera de toda la vida en la consecución de dicho propósito.
La generación posterior se ramificó en su labor por el mundo, un mundo que se volvía más urbano y menos rural. Médicos, amas de casa, constructores, comerciantes son algunas de las profesiones que posteriormente encarnaría la familia Arcila González, en una corriente que paso a paso los alejaría de ese terruño. Ahora nosotros, nietos de esta heredad, volvimos llenos de nostalgia a estos parajes en el mes de junio del año 2008. Somos una abigarrada mezcla de oficios y afanes muy lejanos del hacer de aquellos días que pasamos al lado de nuestros abuelos, corriendo por estos corredores y prados, comiendo abundantemente de las frutas de una huerta que conocimos como La Pangola, bañándonos en una piscina de aguas vertidas directamente desde los manantiales de una montaña generosa.
Los detalles arquitectónicos sobrevivientes de un tiempo ido son pocos y cuesta reconocerlos, a diferencia del mobiliario actual que es un claro vestigio de ese pasado lejano. Mi propio abuelo, como anticipo de los cambios que en la región se anunciaban, modificó en su momento el embarandado y el piso por materiales más modernos y fríos. Posteriormente sus nuevos propietarios le devolvieron a la finca su aire cafetero y añejo que tanto valoramos hoy.
A La Mariela ya no se ingresa por el frente, tal como lo pensaron sus fundadores. Al cambiar el acceso hacia atrás de la casa, la finca se modificó espacialmente desapareciendo estructuras que en nuestro universo de niños la anclaban claramente en el espacio: el kiosco, la carretera y su enrielado, la portada de ingreso, la arboleda en su frente. En lugar de ello aparecieron nuevos hitos que le dan a la finca su actual identidad: el patio central empedrado, la cocina moderna, el establo y las porquerizas, la piscina lustrosa y cristalina, pero sobre todo una carretera que rompe la topografía de una nueva manera, acercando distancias que en nuestra época parecían inconmensurales.
En un recodo impensado del camino nuestros abuelos abandonaron estos parajes y tomaron tardíamente el camino definitivo hacia Medellín. Tal vez por cansancio, tal vez porque una corriente irrefrenable los llevaba lejos, dejaron atrás en el olvido, y un poco en el recuerdo, estos hechos, estas vivencias.
En nuestra visita recorrimos desde La Cuchilla y Villa Lillian, pasando por La Escuela, La Mariela, Sebastopol y La Lechería, deshaciendo los pasos que a los abuelos los trajeron desde Jericó. Nuevas familias, viviendas y proyectos pueblan ahora este territorio: el paisaje se ha transformado.
Como un símbolo del paso imparable de los años, un árbol de mangos (El Arracacho), otrora majestuoso, permanece aun al lado de la casa y la piscina como testigo mudo y mutilado de esta tradición. Una tradición que aun rememora a Don Marcos y Doña Raquel como artífices lejanos de esta comarca, como artífices lejanos de nuestras vidas.
Medellín, 16 de julio de 2008