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TERRITORIOS DE FRONTERA

Tercera y última parte

4. VIAJAR A LOS TERRITORIOS DE FRONTERA

A muchos lugares de esta geografía remota se accede únicamente en aviones pequeños, monomotores de 6 pasajeros que aterrizan en una pista en medio de la selva, y desde allí por trochas o caños que se pierden en la espesura. Las caminadas eran intensas, las jornadas en bote largas y así como el cruce por el Cañón de la Llorona marcaba el paso a los territorios de Frontera, estos largos trayectos me introducían en paisajes de un verde omnipresente y de una humedad asfixiante. Aprendí a disminuir mi equipaje para hacer más liviana la carga, a dormir en la dureza de un piso de madera, a proteger mi sueño y mi salud mediante el uso del mosquitero y sobre todo a comprender la racionalidad del diario vivir de estas personas y familias en su diaria lucha contra un entorno salvaje y agresivo. En la selva todo en el ambiente es hostil, todo insecto te quiere picar, abundan los parásitos y las heridas supuran sin secarse expuestas a la interminable humedad.

Caminar por el bosque exige habilidades y conocimientos propios, la capacidad de identificar la trocha en medio de la espesura, a conducir los pasos evitando los pozuelos de pantano y a equilibrarse en las rocas y los troncos resbaladizos. En mis caminadas era sencillamente un seguidor de los pasos del guía embera o afro, que delante de mi indicaban el camino y anunciaban los riesgos al distinguir en la espesura la serpiente adormilada o la rama urticante o espinosa.

Empapado siempre por el paso de ríos y quebradas, empantanado, la piel perdía su color tradicional, adquiriendo un aspecto macilento y arrugado. La ropa se reducía a camisas vaporosas y pantalones en sudadera o de tallaje corto. Los formalismos y atavismos estéticos de la ciudad desaparecían como anacronismos de otros ambientes, los zapatos cedían su lugar a las chanclas y en la selva a las clásicas botas plásticas pantaneras. El cuero animal, tan tradicional en los zapatos y cinturones de otras altitudes, resulta inapropiado en un ambiente donde el moho de los hongos devora avíos y vestimentas.

En las selvas tropicales el sol y la humedad abrasadora del medio día se oponen al trabajo continuo y prolongado, la pesadez del cuerpo, la sudoración extenuante y los desvaríos del cerebro sobrecalentado imponen la pausa, el abandono de sí mismo y a la hamaca como lugar privilegiado del abatimiento y la dejadez. La selva misma entra en un sopor profundo únicamente roto por la llegada de la noche que con su rocío y brisa refrescante reinician la vida.

Las carreteras de los Territorios de Frontera: vía que desde Mutatá conduce a URADA

Aeropuerto - Vigía del Fuerte (Antioquia)

Los vehículos en la Frontera

5. EMBAJADORES DE OTRAS LATITUDES


A medida que estas regiones se conectan a los mercados, arriban comerciantes y aventureros buscando la fortuna que les ha sido negada en otros lugares, portando el gusto por la acumulación y el trabajo incesante. En general los pueblos nativos viven únicamente los afanes del día a día, despreocupados del futuro el cual siempre los bosques proveerán en la jornada de pesca o cacería del día siguiente y en los productos de la chacra.

Estos recién llegados sin embargo ambicionan la riqueza y sus transacciones se rigen por la aritmética del lucro. Por esta condición inauguran la primera tienda local de víveres y abarrotes, de la cual los nativos con el paso de los días serán compradores seguros.

 

Conocidos localmente como paisas, además de vender víveres y otros bienes provenientes de economías industrializadas (linternas, pilas, gasolina, aceite comestible, etc.), compran la madera y los metales preciosos que los locales extraen a sus bosques bajo un esquema prestamista en donde anticipan herramientas, víveres y otros insumos para las largas jornadas en la selva a cambio del producido en rastras de madera o castellanos de oro.

 

Este esquema común a todas las regiones de frontera conlleva una profunda diferenciación social en las regiones y es fuente de muchas transacciones abusivas y esclavizantes entre los comuneros y el comerciante paisa, en donde los nativos siempre trabajan al debe en una contabilidad oscura y amañada; una nueva racionalidad económica que se impone y se extiende.

 

Y será tal vez por la rudeza del trabajo en la selva o por la escasa necesidad de acumulación y ahorro de los nativos que las jornadas de rumba y licor también se generalizan. Ahora el producido del trabajo no solo se debe al tendero prestamista sino también la propietario del bar o taberna, en un esquema que cierra el ciclo de la expoliación local de una forma despiadada.

 

Al final la vida económica de estos territorios es igual en una y otra parte, pobre y esclavizada, rumbera y despilfarradora en una amalgama disonante de rápido deterioro social. Algunos podrán hablar de víctimas y victimarios, sin embargo el flujo implacable de la historia arrastra entre sus dientes a unos y otros hacia el abismo del abandono.

EPÍLOGO

 

Tres décadas de caminar por estos territorios me han permitido presenciar su cambio acelerado, su paso desde la invisibilidad hacia su articulación violenta y destructiva. Al revisar la historia se reconoce que este camino es común a otras regiones y culturas en donde un nuevo orden se instaura sobre las cenizas de otro. Algunos bosques resisten el embate, la mayoría sin embargo sucumben en su riqueza y con él, sus culturas primigenias. Soy un testigo privilegiado de esta tragedia y esta nota es mi memorial dolido y lúcido.

Vigía del Fuerte - Medio Atrato Antioqueño

Medellín, marzo de 2016

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