
LA HACIENDA LA MARIELA
Febrero de 2016
SEGUNDA PARTE
Para el niño de esa entonces era la vida de una finca productiva en la que pasaba sus vacaciones en un paisaje embriagador y en unas condiciones de abrigo y convivencia familiar dispuestos para la exploración y el aprendizaje: una mezcla que marcaría profundamente mi vida posterior.
En esta geografía me recreaba trepando árboles de mango en cosecha hasta ahitarme de la fruta, atrapando mariposas en mis primeros intentos de un insectario, pescando capitanes o pececitos gupis en pequeños arroyos o mojarras en el Lago de La Oculta o disparando cauchera a los pájaros (por fortuna ninguna víctima hubo de mi precarias cacerías).
En familia con mis primos las levantadas eran bien entrada la mañana, prolongadas las tardes en la piscina con marcados síntomas de insolación en la noche. Realizabamos el ritual anual de construcción de un gigantesco pesebre, con las luces de navidad que adornaban los corredores de la casa, algunos frutales cercanos y el portón principal con su tutelar Virgen del Perpetuo Socorro. Rezábamos la novena de aguinaldos y un poco a regañadientes el diario rosario. En las noches jugábamos intensamente al escondidijo.

ENTRADA PRINCIPAL
(ENMARCADA POR LA VIRGEN DE GUADALUPE)
La venta de la Mariela representa el fin de mi niñez. Se fue anunciando sin que nos diéramos cuenta, unas vacaciones el piso de madera cedió su lugar a la baldosa, la chambrana al adobe y el cemento. Pero sobre todo crecientes conflictos y rupturas en el nucleo familiar desencadenó una crisis sin antecedentes, dejando a mi abuelo, adulto ya, sólo, con la responsabilidad de los negocios lo cual precipitó la venta. La situación conllevó la ruptura de la heredad dejando sin tierra a los hermanos Arcila Gonzalez y sin referente rural a sus sobrinos.
Muchos años después me sorprendería estudiando zootecnia motivado por la huella indeleble que dejaron en mi esos años, quizá guiado por mi deseo de niño de ayudarle a mi abuelo, o quizá mejor guiado por el deseo de prolongar (léase revivir) lo vivido, lo aprendido y lo gozado en La Mariela.
Sea como sea, su venta me lanzó a buscarla a lo largo de toda mi vida, en los múltiples territorios por los cuales he andado, como quien busca un “paraíso perdido”, fascinado por los paisajes vastos y embriagadores allí donde iba. Añorando muchas veces un pedazo de tierra para cristalizar soñados proyectos agrarios o para tener vacaciones restauradoras como en esa entonces. En ese sentido soy entonces un desheredado de la tierra.

El beneficiadero del café

La segunda generacion Arcila Gonzalez - Los Nietos de los abuelos Marco y Raquel (al centro) - 1976
Pero mi añoranza busca tiempos ya idos: mis primos y mis abuelos ya no podrán poblar mi presente. Como un fragmento significativo de necesidades muy íntimas vivo ahora en un apartamento cuya vista es amplia y profunda sobre la ciudad y cierto bucolismo ha cedido su lugar a un enfoque productivo y técnico de lo agrario como consecuencia propia de mi formación como zootecnista y administrador.
El conflicto interno de la familia Arcila Gonzalez fue la forma que tomó en su momento el abandono, la exclusa que se rompió, pero seguramente en los años por venir otras personas o circunstancias hubieran hecho dicho trabajo, es imposible preservar de las vicisitudes del paso de los años un patrimonio como el de los abuelos Arcila González: a medida que la familia se fragmenta, dispersa y urbaniza el patrimonio lo hace también; ni siquiera las casas antiguas de Medellín sobreviven con sus recuerdos.
La Mariela es ahora un imaginario, un recuerdo, una entelequia y una idealización. Está hecha de una amalgama de recuerdos y sobre todo de un conjunto de sentimientos inasibles y persistentes. La geografía actual de la región conserva los elementos principales del paisaje, pero los detalles se han perdido para siempre. Los recuerdos solo perviven con nosotros, última generación para quienes estas montañas y parajes tendrán un significado ancestral, primigenio.
Hoy estos caminos vagamente recuerdan al abuelo Marco, el andar lento de su caballo arriba y abajo de la hacienda; en unos años ya no será recordado y las nuevas generaciones tomarán plenamente su lugar: bajo los suelos de ese nuevo presente yacerá este subsuelo ignorado, cada vez más profundo y desconocido de los abuelos Marco y Raquel y la familia Arcila González.