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Superficie granulada

LA HACIENDA LA MARIELA

Febrero de 2016
PRIMERA PARTE
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1.  RUPTURAS EN EL SUBSUELO

Hay hechos que rasgan el telón de fondo que constituye nuestra vida, en el cual vamos dibujando caminos, sucesos y personas. Son hechos que conmueven perdurablemente nuestro subsuelo y cuya ruptura resuenan aun años después de ocurridos. Deseo detenerme en uno de ellos: la venta de la Hacienda La Mariela.

La Hacienda La Mariela en Palermo (municipio de Támesis) representa el lugar de mi niñez. Engastada sobre el costado oeste de la cordillera occidental hubo un momento, antes de mi natalicio, que se extendía desde los climas frescos de Jericó en el Alto de la Virgen hasta las riberas del rio Cartama. Para mi época empezaba en La Lechería a borde de la carretera que desde Puente Iglesias, a orillas del rio Cauca, conduce a Palermo.

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El paisaje de La Mariela era inigualable: toda la cuenca del rio Cartama enmarcada por las cordilleras central y occidental. En el centro los Farallones de la Pintada y en el costado noroccidental el cauce del rio Cauca. En fin, el corazón mismo del suroeste antioqueño con vista clara al menos sobre 5 municipios. Tal era la vastedad del horizonte que permitía contemplar.

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Sus paredes de tapia pintadas en zócalo rojo y piso en madera a la tradicional usanza antioqueña albergaban 8 piezas para una familia numerosa de 10 hijos del abuelo Marco Arcila y la abuela Raquel González y sus más de 25 nietos que la habitábamos en toda temporada de vacaciones, y en mi caso en cualquier momento que la ausencia de labores escolares me lo permitiese, acompañando a mi abuelo en sus labores de hacendado.

 

Entre juegos y tareas en los cafetales, la pesebrera, el beneficio del café y los caminos que de lado a lado la atravesaban pasaba mis días, casi siempre asoleados (el sol es sinónimo de vacación), bien vagando libremente entre uno u otro lugar o acompañando al abuelo en sus tareas diarias.

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MARCO ARCILA Y RAQUEL GONZALEZ

Mis compañeros de vacación eran mis numerosos primos con quienes jugaba, caminaba, conversaba. Fueron por excelencia mis compañeros de niñez. Nunca tuve vecinos de barrio y únicamente hasta unos años más adelante tuve amigos en el colegio. La constelación familiar Arcila González pobló mi vida social de esos años. La venta de la finca también significó el distanciamiento de ellos: ya no había lugares físicos que nos reunieran ni figuras tutelares que nos convocaran: a medida que los abuelos se fueron muriendo la distancia se hizo mayor y hoy es inconmensurable. Escuchando en la noches conversar a mis primos sobre su vida social con vecinos de barrio o sus amigos del colegio en los meses de estudio (algunas veces incluso algunos de ellos nos acompañaron unas semanas en la finca), mi pensamiento de niño sentíase extrañado y un poco añorante ante ese otro universo social para mi incomprensible. Quizá por eso soy poco hábil en el establecimiento de una diversa red social que trascienda los vínculos familiares, hasta en esos detalles mi niñez en La Mariela fue muy influyente: nunca me vi obligado a desarrollar habilidades sociales adicionales a las ya establecidas por la convivencia en la hacienda.

FAMILIA ARCILA GONZALEZ

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Mi abuelo me permitía acompañarlo a muchas de sus tareas en la finca. Recuerdo sobre todo la obligación diaria de picar la caña para la recua de mulas y caballos, la llevada de la mazamorra a la porqueriza y el maravilloso sonido y colorido del café al llegar a borbotones a la planta de beneficio para su despulpado luego de su transporte por el “cafeducto” montaña abajo a través de atanores de barro cocido. En muchos sentidos mi abuelo fue mi segundo padre, mi convivencia con él me enseñó los detalles y la vida de las fincas. Mi abuelo pasó su vida haciendo fincas, trabajando de sol a sol: originario del municipio de Granada, construyó su hacienda en Jericó en donde se casó con Raquel Arcila, de una familia tradicional del municipio fundado en pleno auge colonizador antioqueño a mediados del siglo XIX. En su adultez, cuando su familia decidió mudarse a Medellín, cada semana viajaba al suroeste reservando únicamente los fines de semana para su permanencia en la pujante Medellín sede ahora de su numerosa familia y descendientes.

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Fue un hombre de carriel y machete, que apoyó el desarrollo de Palermo, la construcción de su monumental iglesia y su finca fue un hito en la región que la conocía como la mejor finca cafetera a la redonda: Don Marcos le decían a su paso por casas y caminos! Fue un emprendedor de gran calibre, en lo tecnológico desarrolló el cafeducto, reconocido a nivel regional a la vez que diversifico la finca de forma extensa: café, cacao, ganadería, porcicultura, apicultura son ejemplos de su visión del qué hacer rural. En lo económico desarrolló una hacienda que llegó a tener en algunos momentos 600 hectáreas y 40 agregados, llegando a producir 181 toneladas de café (16.000 arrobas). Un patrimonio construido con base en el trabajo que no tuvo herencias sobre las cuales erguirse.

Secadores de Cafe - La Mariela (1977)

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